Con el cine de Alberto Rodríguez
siempre tenía la impresión de acabar quedándome a medias. Quiero decir que su
cine tiene cosas muy interesantes, especialmente en los comienzos de sus películas, pero que casi siempre acababan delirando y yéndose a lo gratuito. No me
gustó demasiado El factor Pilgrim -aunque, bueno, aquella estaba
codirigida- mientras que 7 vírgenes me entretuvo pero creo que era una
película que daba para más. Con After me encontré con una película que
por momento resultaba ser interesante y con un punto inquietante y en otros
momentos directamente repulsiva. Creo que era demasiado irregular pese a tener
momentos dirigidos con fuerza y que se le acababa yendo de las manos. Grupo 7 es la película en la que más
regular se mantiene Alberto Rodríguez y aunque el resultado no me parece memorable,
eso le sirve para que esta película se convierta en la mejor de su carrera.
Rodríguez nos lleva a Andalucía,
situando su película justamente en la Sevilla de finales de los 80-principios
de los 90, desarrollando la película antes de la archíconocida Expo 92. Allí
tenemos a un grupo policial compuesto por 4 policías y su particular lucha
por acabar con las drogas. O más bien por colgarse medallitas porque cuando ven
la oportunidad de ser ellos los que suministran las drogas para así acumular
detenciones no la desaprovechan. Grupo 7 es una película que puede
recordar a otras pero Rodríguez sabe hacer que nos olvidemos de eso gracias a la
ambientación. Y parece no necesitar gran cosa para conseguirlo.
Dirigida con nervio por el
director, es una película que funciona mejor cuando más enrabietada resulta,
cuando vivimos los momentos de tempestad. La calma está mucho peor llevada.
Quizá porque aunque me gustaría conocer mejor a los policías, nunca llego a
interesarme por las vidas de estos. Y el director intenta centrarse algo en dos
de ellos. Uno, que es diabético, con una mujer y un hijo pequeño. El otro, solitario y poco
hablador, con una relación rota con un hermano e intentando establecer una
relación con una chica de la calle, intentando salvarla a ella de ese mundo de violencia intentando redimirse de lo de su hermano. Ambas historias personales parecen un tanto
cojas y ambos personajes están mucho mejor cuando les toca actuar.
Pero quizá lo más interesante de esos dos personajes es como a lo largo de la película terminan por intercambiar sus roles. En un principio es el personaje de Antonio de la Torre el que parece ser el líder, el que actúa metiendo miedo a la gente de la calle con métodos violentos para luego, tras conocer a la chica, ir suavizándose bastante hasta el hecho de dejar a otros que actúen y él simplemente quedarse mirando sin hacer nada. El personaje de Mario Casas comienza siendo algo inocente hasta que termina convirtiéndose en el más violento, también motivado por ciertas amenazas recibidas con su familia muy cerca. Los otros dos integrantes del Grupo 7 ayudan a sobrellevar mejor la película, a dar un par de momentos de comicidad que relajan todo bastante bien.
El retrato de las calles es el idóneo. Y Rodríguez se apoya en un grupo de actores muy buenos. Antonio de la Torre, tan fantástico como siempre, demuestra ser uno de los actores punteros de España mientras que los desconocidos están a un nivel notable. La duda estaba con Mario Casas. Su interpretación es buena aunque tengo la impresión que está mucho mejor cuando está callado o tiene que actuar y moverse en escenas de acción que cuando habla. Porque, y no es por despotricarle sin más, muchas veces me cuesta entender lo que dice, por momentos parece que está interpretando a un yonki más que a un policía. Es algo que debería mejorar pero hay que reconocerle al chico que lleva bien el peso de la película junto a Antonio de la Torre.
Alberto Rodríguez se reserva un par de escenas donde puede mostrar que tiene talento. Así retrata con acierto ese peculiar ascenso del Grupo 7 y su posterior caída. Quizá en esto se aproveche la decisión del paso del tiempo, porque en un principio esto último si se ve un tanto gratuito, pero se puede entender para cambiar ciertos comportamientos de algunos personajes. Pero hay escenas que parecen tener cierta continuidad y luego puede resultar que una se desarrolla varios años después de la otra. Es un fallo perdonable, una licencia que se puede permitir aunque es algo que, también, choca un poco.