Y es que el guión termina por lastrar las buenas ideas que había en el punto de partida, las buenas interpretaciones y la puesta en escena. Porque no llega a aprovechar nada para ponerlo a su favor. La relación madre-hijo o mentora-alumno entre Sigourney Weaver y Cillian Murphy tiene su aquel y quizá sea lo mejor de la película. Pese al apunte innecesario del hijo de ella que tiene a una máquina respirando por él, intentando encajarlo con su pasado con el personaje de Robert De Niro. La parte de este último parece también que puede acabar derivando en algo grande pero su ya mencionado clímax es decepcionante e, incluso, previsible. De hecho, es una de las primeras cosas que piensas, que su personaje no sea realmente ciego. Cuando muere el personaje de Sigourney y el personaje de Cillian poco a poco se va obsesionando con el de De Niro también esperas algo más, quizá no tanta precipitación.
La película se sustenta en sus interpretaciones. Cillian Murphy cumple. Pero quienes están muy bien son Sigourney Weaver y Robert De Niro. Los demás actores están más de relleno que otra cosa. Y es una pena por gente como Elizabeth Olsen, que estaba impresionante en Martha Marcy May Marlene, Toby Jones, actor que siempre está bien, o el ya citado Sbaraglia. Porque son gente con talento que podían darle más nivel a la película pero están en roles o muy secundarios o desaprovechados. La película cuenta con grandes escenas como esa en que Sigourney y su equipo pillan a Sbaraglia o el cara a cara en una habitación entre Cillian Murphy y De Niro. Pero aún así, Red Lights te deja con ganas de más. Y Rodrigo Cortés por el camino se está encontrando con multitud de comparaciones de su película con The Prestige de Christopher Nolan.
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