En The Shadow Line es muy fina la línea que separa a la policía de la mafia, uno no sabe demasiado bien donde acaba una y donde comienza la otra. Trapicheos a mansalva de unos y otros, personajes enigmáticos, muertes y más muertes y dinero marcado. Y, por supuesto, droga porque en este caso los mafiosos son traficantes de droga. Y a simple vista parece que se deja la droga en un segundo plano para centrarse, sobre todo, en los personajes y en sus actos.
En este caso, cobran vital importancia los personajes interpretados por Chiwetel Ejiofor y Christopher Eccleston. Porque perteneciendo a mundillos distintos, ambos son las dos caras de una misma moneda. Y Hugo Blick, demostrando mucho talento, hace que ambos personajes no coincidan nunca en toda la miniserie y que ni siquiera se busquen entre ellos, que se preocupen principalmente de lo suyo. Son dos personajes de los que más allá de sus acciones, conocemos a sus familias, los problemas que tienen en casa con sus mujeres y que, en no pocos momentos, parece que la situación les sobrepasa.
Y son distintos, uno solo toma el negocio de la droga para enderezarlo y con algo de dinero retirarse mientras que el otro busca el recordar si es buen o mal policía, si anda metido en todo el chanchullo. Una bala en la cabeza le impide recordar. Que el destino de ambos sea el acabar muriendo a manos del personaje que les acompaña -el mafioso por el sobrino de Harvey Wratten, el policía por su compañera de trabajo- es significativo.
Quizá lo más importante para Blick, encima incluso de los personajes, sea el tono de la serie. La atmósfera de la que hace gala, ese mal rollo que se respira en el ambiente. Nos encontramos ante una atmósfera oscura, fría y distante. Algo que se capta desde los mismos créditos iniciales. Es una serie muy seria con momentos en los que hace gala de cierto humor negro y, gustándome mucho este tipo de humor que siempre sirve para frivolizar la acción de forma genial, en The Shadow Line es lo que menos me interesa, lo que más fuera de lugar se siente.
El personaje que más se puede identificar con esta atmósfera es el Gatehouse que aquí interpreta Stephen Rea. Tremendamente misterioso, nunca sabemos por donde puede salir, es metódico en su trabajo, con pequeñísimos golpes de humor negro -sobre todo a la hora de actuar-, de rostro impenetrable y cuya mirada se te clava como una piedra. Y vestido de negro, con un sombrero también negro y con gafas, a veces parece un fantasma que parece diluirse entre ese ambiente, que podría desaparecer en esas calles simplemente caminando. Un espectro.
Quizá el mayor problema que pueda tener The Shadow Line es que muchas veces parece gustarse demasiado a si misma. Que Hugo Blick se considere genial, que crea que está ante una obra maravillosa y piense que cualquier cosa vale, que con eso se justifica el comportamiento de algunos personajes y que eso le sirva para enredar tanto la trama hasta hacerla, por momentos, un poco liosa. No empaña el resultado final pero estando, en el fondo, ante una trama bastante sencilla no necesita eso.
Porque esa diferencia ante otros productos similares te la están otorgando, en primer lugar, la atmósfera y, en segundo lugar, unos cuantos personajes y todos los actores, que están perfectos en sus papeles. Pero Blick quiere mostrar quien está detrás. Aún así, destaca la labor del realizador por su elegancia en la puesta en escena, por una colección de planos maravillosos -y otros de mero lucimiento- y por haber conseguido una serie que, pese a que su ritmo sea lento, resulte muy dinámica.
Al final vemos como la sangre nueva se impone o, como gustan de llamarlo, el juego tiene nuevos jugadores. Pero esto es engañoso porque los hilos los van a mover los de siempre que se han acabado imponiendo a todo y a todos. Gatehouse, burlando a la muerte, seguirá manejando a los peones en su tablero de ajedrez y en la policía Patterson, el comprensivo jefe de Chiwetel Ejiofor se ha quitado a toda la lacra de en medio, a todos los que le estorbaban o podrían joderle.
Solo quedaría por saber si ese bebé recién nacido, ese niño que ha sido bendecido y será mantenido por la policía y por Patterson, el mayor representante de estos, pese a la resignación de la madre, sabrá discernir entre el bien y el mal o si acabará sucumbiendo en las redes de la corrupción. Pero esa ya es otra historia. O quizá no lo sea pero, desde luego, nosotros ya no lo sabremos.
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