Los primeros capítulos de Lights out sirven como presentación de los temas que vas a ver en los siguientes. Una presentación tanto de los personajes como de las tramas. Pero lo importante es que en los dos o tres primeros capítulos -los capítulos son de poco más de 40 minutos- ya han conseguido meter todo lo importante o, al menos, lo que es la base de la trama a lo largo de la temporada para desarrollarlo en los siguientes capítulos. Y ningún detalle es gratuito, la escena menos significativa de un capítulo puede regresar con fuerza en capítulos posteriores. En la serie nos presentan la figura de Patrick Leary, un boxeador que tuvo su momento de gloria y que ahora vive marcado por un combate que perdió y del que él mismo, y mucha gente también, se considera ganador pese al resultado final y pese a que también supuso su retirada del ring por petición de su mujer.
Lights out es una serie que no rehúye los tópicos. Todo lo contrario, los abraza con determinación y muestra algo que ya ha visto el espectador mil veces pero sin tomarlo por tonto y consiguiendo que uno se acabe olvidando de eso. Sobre todo, la serie es un gran retrato familiar que gira en torno a la figura del boxeador. Tenemos a su mujer y a sus tres hijas por un lado y a su padre, su hermano y su hermana, su sobrino -aunque este personaje finalmente es menos importante-, por el otro lado. Patrick es un tipo que sigue viviendo del pasado, recordando los buenos tiempos en los que fue campeón de los pesos pesados, pero también asumiendo que el presente que tiene no es muy esperanzador y que necesita hacer cualquier cosa para sacar a su familia adelante después que económicamente esté, como se suele decir, pelado, sin un dólar.
En la serie resulta clave la figura del hermano, Johnny, y su relación con Patrick. Porque es un personaje que está a medias entre el tipo que realmente solo se preocupa por sí mismo y que no duda en vender a su hermano cuando él lo necesita y el tipo que, también es cierto, siempre ha estado al lado de su hermano tanto cuando le ha ido bien como cuando le va mal. Él es quien le introduce en el mundillo de la mafia pero también quien le dice que no tiene que trabajar con ellos, que buscará otra cosa para ganar dinero. Y es Patrick el que tiene la determinación de meterse de lleno. El problema de Johnny es que es un chanchullero y que le gusta el dinero -y las apuestas, para más tópicos- pero realmente tampoco se le demonifica, ni tampoco le vemos como una persona que no se preocupe por su familia. Siempre sin dejar sus intereses de lado pero siempre está ahí apoyando a su hermano. Pese al hecho que organiza la pelea que supondría su reencuentro en el ring tras 5 años retirado a las espaldas del boxeador y vende los derechos de las peleas que tendrá al tipo menos indicado.
Otros tópicos se ponen sobre el tapete: tenemos a un padre que está ahí y que muchas veces cuestiona a sus hijos pero siempre los ayuda -Stacy Keach, protagonista de otro gran retrato pugilístico con muchísimo drama como Fat City-. Tenemos a un boxeador que ha dejado atrás su vida pasada para centrarse en su familia; tenemos a unas hijas preocupadas por su padre, una porque lo vio pelear y es demasiado pequeña como para entender algunas cosas y la otra hija, la mediana que es con la que tiene una relación más profunda y se acaba convirtiendo en su confidente al enterarse de su enfermedad, mientras que la otra hija, la mayor, es una adolescente que quiere disfrutar de la vida comenzando a interesarse por los chicos y que parece no preocuparle mucho su futuro. Está el ya citado hermano.
Resulta clave la mujer de Patrick a la que el boxeador le oculta todo lo que está pasando y que se va encontrando con visitas de la policía a su casa o coches embargados, todo hasta que no le queda más remedio que contarle que están arruinados; la mafia por en medio, siempre importante en tantas películas de boxeadores (Toro salvaje, Nunca podrás vencerme y en otro ámbito -el del terrorismo del IRA- en The Boxer) que aquí los tenemos siempre detrás de cada pelea intentando llenarse los bolsillos; y la enfermedad por demencia pugilística -lo que comúnmente conocemos como “acabar sonado”- del protagonista. Vamos, que están todos y cada uno de los tópicos y todos ellos para hacer más lacrimógena la serie y para ponerle muy complicadas las cosas al protagonista. Y aún así, funciona. Porque el mérito de los creadores, guionistas y directores es que eso te termine por importar poco y te acabes sumergiendo en la historia de la familia, que el nivel de intensidad de lo que vemos supere a lo predecible y mil veces ya visto.
Porque recursos de dirección y de montaje están soberbiamente utilizados para hacer más amena la serie. Quizá, puestos a elegir, me gustaría que en algunos momentos la situación se relajara y que hubiera pequeños ramalazos de humor, quizá para otorgarle algo de tranquilidad a la trama. Aunque supongo que está complicado porque al fin y al cabo la historia te introduce en una situación límite y el protagonista está apocado a ella. Por suerte la serie siempre te presenta algún que otro personaje que entra y sale de la serie durante algunos capítulos -Ed Romeo, que entrena al protagonista siempre dejando su huella en todos los personajes con los que interactúa, el personaje de David Morse como antiguo boxeador que ha acabado sonado, como si fuera un espejo del futuro al que se mira el protagonista, o el personaje de la madre que aparece para agitar a la familia y ya de paso sacarle el dinero a Patrick-.
La serie fue un fracaso a nivel de espectadores, ya que casi nadie la vio, y se canceló pronto aunque por suerte pudieron terminar la temporada de la que consta la serie. Que es una serie que está cerrada, sí, pero que, también, tendría fácil su continuidad. Pero tampoco es algo que se ve necesario. Es muy disfrutable tal como está, el ver este regreso a la gloria del protagonista, esta segunda oportunidad que le ofrecen para boxear.
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