Me ha gustado la última película de Clint Eastwood. Incluso diría que J. Edgar es su mejor película en varios años. Y es una película con sus defectos, muy imperfecta. Pero Clint Eastwood ha cogido esta historia real y ha hecho una película muy disfrutable. Después de las decepcionantes Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima, de las disfrutables pero menores Gran Torino y El intercambio, de esa película tan floja que es Invictus y de la a ratos brillante, a ratos algo estúpida Más allá de la vida, J. Edgar supone un aire fresco para el director. Y no está haciendo nada nuevo con ella, pero el tono que elige Clint Eastwood para realizar la película es el adecuado.
J. Edgar es una película sobre J. Edgar Hoover, no sobre el FBI, ni las investigaciones que tenían. Por supuesto que algo de eso hay y se centran principalmente en un caso -el secuestro de un niño- que no tiene porque ser necesariamente el más importante en la carrera del personaje. Y Clint Eastwood en ningún momento está juzgando al personaje principal. Simplemente lo presenta con sus luces y sus sombras. Y su principal sombra, por encima de una madre que marca su sexualidad y su comportamiento, es él mismo. Porque hablamos de un tipo con mucho ego, incapaz de admitir que alguien le deje en la sombra -el caso de Purvis con lo de Dillinger como gran ejemplo de todo-. Pero también tenemos a un tipo que quiso revolucionar y modernizar la agencia, ya fuera para bien o para mal, y que luchó por eso.
Y Clint Eastwood divide esta gran historia en tres relaciones determinantes para el protagonista. Con su secretaria, con la que intenta ligar en un principio, que se acaba convirtiendo en una de las pocas personas en las que confía, una persona que permanece a su lado el resto de su vida y que hará lo que sea necesario para que lo que Edgar ha hecho perdure y no se pierda cuando él no esté. Más determinantes son las otras dos relaciones. Quizá su madre no aparezca en muchas escenas pero resulta clave. En primer lugar, porque descubrimos que el personaje habla así de rápido porque su madre se lo exige. Y si Edgar no tiene ninguna relación es porque ella lo cohíbe hasta el punto de hacerle ver que está mal que mantenga una relación con otro hombre cuando comienza a ver ciertos indicios entre él y su amigo.
En último lugar, la más importante es la relación entre Edgar y Thompson. Como pueden vivir su amor casi sin tocarse. Con un Edgar reprimiéndose todo lo que puede por miedo. Y con un amor que nunca se consumirá a pesar que permanezcan unidos toda su vida y sabiendo lo que sienten uno por el otro. Es clave aquí que Leonardo DiCaprio y Armie Hammer tengan buena química para poder hacer esta relación aún más creíble. Se les puede achacar el dichoso maquillaje, tan exagerado -sobre todo en Armie Hammer- que no se puede evitar pensar que es un tanto risible. Si se logra superar esto, es un punto a favor para poder disfrutar de la película en la parte en que muestran a ambos personajes ya ancianos.
Por lo demás, nos encontramos con ese tono melancólico habitual de Clint Eastwood. La lejanía para retratar al personaje le viene bien para que sea el espectador el que decida si ponerse de lado de Edgar o en su contra pero nunca porque la película te lo marque. La ambientación es excelente en todos los aspectos, desde vestuario, fotografía y demás para darnos un buen retrato de los años 30 -y también de décadas posteriores-. Las interpretaciones son buenas y tan solo esa música habitual que acompaña a las películas de Eastwood puede acabar chirriando un poco.
Y al final no sabes si sentir lástima por el personaje o no sentirla. Porque, al fin y al cabo, toda esa gran historia que ha contado a varios agentes no son más que una sarta de mentiras. Podría sentirla porque esas mentiras quizá son fruto de la edad, de un tipo que está cansado, al que los años le están pasando factura y que, quizá, es un tipo que se ha engañado tanto a sí mismo que se lo ha acabado creyendo pero también podrías no sentirla porque, al fin y al cabo, todo lo que manipula de la historia es para ponerlo a su favor, para mostrar que él hizo grandes hazañas cuando no fue así y que solo estaba ahí para la fotografía de rigor. Sea como sea, la respuesta de Clint Eastwood sería la misma, su decisión es que seas tú quien tome la decisión de si empatizas o no con el personaje, él solo se encarga de mostrarlo sin posicionarte. Sin medias tintas ni manipulación. Y tampoco sin importarle demasiado si la historia está basada en hechos reales o no o si obvia detalles importantes del personaje. Él se limita a contar su historia.
Y Clint Eastwood divide esta gran historia en tres relaciones determinantes para el protagonista. Con su secretaria, con la que intenta ligar en un principio, que se acaba convirtiendo en una de las pocas personas en las que confía, una persona que permanece a su lado el resto de su vida y que hará lo que sea necesario para que lo que Edgar ha hecho perdure y no se pierda cuando él no esté. Más determinantes son las otras dos relaciones. Quizá su madre no aparezca en muchas escenas pero resulta clave. En primer lugar, porque descubrimos que el personaje habla así de rápido porque su madre se lo exige. Y si Edgar no tiene ninguna relación es porque ella lo cohíbe hasta el punto de hacerle ver que está mal que mantenga una relación con otro hombre cuando comienza a ver ciertos indicios entre él y su amigo.
En último lugar, la más importante es la relación entre Edgar y Thompson. Como pueden vivir su amor casi sin tocarse. Con un Edgar reprimiéndose todo lo que puede por miedo. Y con un amor que nunca se consumirá a pesar que permanezcan unidos toda su vida y sabiendo lo que sienten uno por el otro. Es clave aquí que Leonardo DiCaprio y Armie Hammer tengan buena química para poder hacer esta relación aún más creíble. Se les puede achacar el dichoso maquillaje, tan exagerado -sobre todo en Armie Hammer- que no se puede evitar pensar que es un tanto risible. Si se logra superar esto, es un punto a favor para poder disfrutar de la película en la parte en que muestran a ambos personajes ya ancianos.
Por lo demás, nos encontramos con ese tono melancólico habitual de Clint Eastwood. La lejanía para retratar al personaje le viene bien para que sea el espectador el que decida si ponerse de lado de Edgar o en su contra pero nunca porque la película te lo marque. La ambientación es excelente en todos los aspectos, desde vestuario, fotografía y demás para darnos un buen retrato de los años 30 -y también de décadas posteriores-. Las interpretaciones son buenas y tan solo esa música habitual que acompaña a las películas de Eastwood puede acabar chirriando un poco.
Y al final no sabes si sentir lástima por el personaje o no sentirla. Porque, al fin y al cabo, toda esa gran historia que ha contado a varios agentes no son más que una sarta de mentiras. Podría sentirla porque esas mentiras quizá son fruto de la edad, de un tipo que está cansado, al que los años le están pasando factura y que, quizá, es un tipo que se ha engañado tanto a sí mismo que se lo ha acabado creyendo pero también podrías no sentirla porque, al fin y al cabo, todo lo que manipula de la historia es para ponerlo a su favor, para mostrar que él hizo grandes hazañas cuando no fue así y que solo estaba ahí para la fotografía de rigor. Sea como sea, la respuesta de Clint Eastwood sería la misma, su decisión es que seas tú quien tome la decisión de si empatizas o no con el personaje, él solo se encarga de mostrarlo sin posicionarte. Sin medias tintas ni manipulación. Y tampoco sin importarle demasiado si la historia está basada en hechos reales o no o si obvia detalles importantes del personaje. Él se limita a contar su historia.
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