miércoles, 4 de enero de 2012

Perros de paja (2011)

Mucho se temía la realización de esta nueva adaptación de la novela de Gordon M. Williams. Principalmente porque ya fue adaptada anteriormente por Sam Peckinpah en la que muchos consideran como una de las mejores películas del director. Y tras verla, no le falta razón al público en quejarse porque más que una nueva adaptación de la novela, nos encontramos ante una copia, plano por plano, de la película de Peckinpah. Pero con la enorme diferencia que Rod Lurie no es, ni mucho menos, Sam Peckinpah y se nota en cada momento sobre todo en las secuencias más violentas o intensas. Es decir, que la película de Rod Lurie dirigida 40 años después que la de Peckinpah es una obra mucho más inocente, que posee escenas crudas por el mismo tema que trata pero que se permite rebajar el tono general de la violencia sin verdaderos motivos. Como si Lurie se estuviera censurando a sí mismo.

Donde Peckinpah mostraba la crudeza en todo su esplendor, Rod Lurie solamente se atreve a enseñarla muy débilmente. Y no es porque no veamos claramente las escenas más violentas, ahí están, pero el nivel de intensidad es infinitamente mucho menor que el de la película de 1971. Sam Peckinpah, para bien o para mal, era un tipo que con una cámara en mano no se cortaba ni un pelo a la hora de mostrar o insinuar con tal de lograr el propósito que quería. Aquí vemos como se diluye toda la misoginia de la que podría estar impregnada la película de Peckinpah en la figura de la misma mujer -interpretada por Susan George-, que parecía ella misma justificar la violación que sufría y que se acababa viendo como una escena que, recordemos, es una violación, tenía bastante más de morbosa. Todo eso se pierde, principalmente porque la cámara de Lurie no es tan incisiva ni su mirada tan decidida como la de Peckinpah mientras que Kate Bosworth por momentos parece ser el antimorbo. Ni punto de comparación con Susan George, tremenda en todos los aspectos.

Pero si no funciona en eso tampoco es que destaque en exceso en todo lo demás. En el retrato de un pueblo pequeño con sus pequeñas costumbres y sus ciudadanos también resulta fallida sobre todo por la escasa cantidad de personajes atractivos lejos de los protagonistas. Si acaso se puede decir que el personaje de James Woods anima el cotarro y le da cierta vidilla a la trama hacia el final de la película, pese a la risible interpretación que había realizando anteriormente, apoyada en la insoportable sobreactuación que realiza. Pero en el aporte principal de la trama, que es la del personaje de un desastroso Dominic Purcell, todo se diluye por la escasez de intensidad, ya sea por la pobre actuación del actor- pecando de, justamente lo contrario que Woods, una sosería bestial- ya sea porque su escena clave con el personaje de Willa Holland -otra que tal baila, interpretando a una adolescente menor de edad, y pensar que la chica en Génova estaba bien, al menos tenía más talento para hacer papeles de tres minutos como éste- en el gimnasio es un auténtico desastre. Sus apariciones provocan más risas que otra cosa.

Y las costumbres de ese pueblo chocan con las de su protagonista, David, aquí interpretado por James Marsden. Quizá sea él quien salga mejor parado en la comparación con la película de Peckinpah, en este caso con Dustin Hoffman, pero eso no quiere decir demasiado y no llega ni a una décima de lo que lograba Hoffman. En este caso, las costumbres religiosas están ahí y surgen como un pequeño enfrentamiento con el personaje de Alexander Skarsgård, que tiene poco que rascar con su personaje. Este enfrentamiento es en un principio por una mujer, pero también por la diferencia de clases, de vidas que han llevado, la de un tipo culto que escribe guiones sobre conflictos bélicos contra un tipo de pueblo que hace chapuzas. El problema es que mientras Marsden está solo, Skarsgård tiene a su grupo detrás. Y la mujer no está muy dispuesto a apoyar al primero. Aunque la violencia acabe estallando por otra cosa, al defender Marsden al personaje de Purcell del que los demás piden la cabeza.

Al final, cuando ya el enfrentamiento es físico y no psicológico porque Marsden decide defender al personaje de Purcell ante todo el grupo de James Woods y Skarsgård poco te importa lo que les pase a cualquiera de ellos, si acaban vivos o muertos. Es entretenidillo porque, al fin, la sobreactaución de James Woods puede estar justificada pero no destaca más que por eso. Lo peor de todo es que ya sabes que va a pasar porque has visto la película original y todo es exactamente igual, sin una pizca de sorpresa y sin la determinación suficiente en la puesta de escena como para que la vuelvas a ver ilusionado. Y la película no te ofrece ningún aliciente extra como para que te olvides de su predecibilidad ni tampoco como para poder valorarla por aquí como una película por separado, sin compararla con la original. Una oportunidad perdida de ofrecer bajo el panorama actual un nuevo retrato de la violencia. Pero se ve que si no realizan otro remake innecesario más, no están contentos. Al menos Haneke se remakeo a sí mismo. Podría hacer Lurie lo mismo, sería más productivo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario