domingo, 15 de mayo de 2011

Midnight in Paris (SPOILERS: No leer si no se ha visto)



He tenido muchísima suerte llegando "virgen" al visionado de la última película de Woody Allen. Y digo que la he tenido porque tras inaugurar el festival de Cannes no han sido pocos los críticos profesionales y las sinopsis (leídas por mí tras verla, por suerte) que han estropeado la gran sorpresa de Midnight in Paris a mucha gente. No diré que se pierde la magia que la película posee sabiéndolo pero probablemente si se pierde esa capacidad con la que el director te lleva por cualquier camino sin que tú te lo esperes. La película comienza haciendo un gran homenaje a la auténtica protagonista de la película: la ciudad de París. A la manera de Berlín: Sinfonía de una ciudad, Woody Allen nos presenta varias imágenes de la ciudad de muchísima belleza acompañado de su música habitual. Toda una declaración de intenciones por parte de Allen de homenajear a la ciudad, algo que no dejará atrás a lo largo de toda la película. Tras ese comienzo, pronto Allen nos presentará a la pareja, a los padres de ella y a unos amigos de ésta y como él, un escritor que trabaja en Hollywood y que intenta escribir una novela, reniega de la compañía de todos ellos.




En esta parte ya podemos ver las relaciones entre los personajes: esa admiración por parte de Inez (Rachel McAdams) con Paul (Michael Sheen), un personaje pomposo que no duda en creer que lo sabe todo, esa obsesión que tiene Gil (Owen Wilson) por el pasado, tema principal de su libro (y de la película), el aparente odio que le tienen a éste sus suegros. Toda esta parte está bien manejada por Woody Allen, acostumbrado a tratar con estos argumentos y este tipo de personajes y su manera de actuar. Pero pronto decide tirar por otro camino, aportarle frescura a la película y vaya sí lo hace: en una noche en la que va algo entonado, justo cuando suenan las 00:00 en el campanario, un coche recoge a Gil y lo lleva a lugares de lo más variopintos. En ese coche no solo se traslada de lugar sino que también se traslada en el tiempo coincidiendo con gente como Picasso, Hemingway, Fitzgerald, Porter, Dalí o Buñuel entre otros. Gil se enamora de esta época y cada noche se traslada a ella, para disfrutar de la compañía de todos estos personajes y, especialmente, de la musa de Picasso, una mujer francesa (Marion Cotillard) que, como Gil, también ama al pasado por encima del presente. La magía que contiene esta parte, el excentricismo con la que nos muestra a sus personajes y sus gags le otorgan un valor especial. La ambientación acompaña y Allen se siente muy a gusto tratando con personajes por los que siente admiración, de hecho Woody los administra bien a lo largo de la película porque son estos los que le dan vida a la película. Mientras, Gil, aparte de conocer a esa mujer, también se aprovecha para ir puliendo su novela, leída por Gertrude Stein (Kathy Bates). No menos genial es la parte en la que en ese pasado, tanto Gil como la mujer francesa se trasladan a la Belle Epoque y están con Toulouse-Lautrec, Degas y Gauguin y donde Gil se da cuenta que debe centrarse en el presente y no quedarse anclado en el pasado, algo que no comparte la mujer que le acompaña. La vitalidad de las imágenes de esta parte son increíbles y, a diferencia de sus últimos trabajos, Woody Allen no se acaba precipitando en su final.




Tiene gags geniales como la genuina aparición de Adrien Brody como Dalí y su obsesión con los rinocerontes, ese Hemingway buscando bronca o el diálogo sobre El ángel exterminador de Gil con Buñuel. Eso por no hablar del divertidísimo gag del detective que le sigue que acaba en la corte de Luis XIV. Pero no deja atrás la parte real, muestra el deterioro de la relación entre Gil e Inez, a Gil buscando ayuda en un par de escenas en una guía francesa (el muy comentado cameo de Carla Bruni) y acercándose a una joven francesa con la que congenia gracias a Cole Porter y las aventuras que él está viviendo. La parte real se funde con la mágica y Woody Allen se aprovecha de ambas para realizar un bonito homenaje a la ciudad, al pasado y al presente, acabando por convertirse en una película fantástica y preciosa. Quizá un peldaño por debajo de sus grandes obras, pero siendo una obra maravillosa y muy recomendable. Y no podría acabar de otra manera, con Gil viendo el angelical rostro de la guapísima Léa Seydoux bajo la lluvia que hace aún más mágica, y ya es decir, a la ciudad que el director nos ha mostrado en su película.


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