sábado, 19 de noviembre de 2011

Un dios salvaje (spoilers)

No me cabe ninguna duda que Un dios salvaje (Carnage en versión original) será vista como una película menor dentro de la filmografía de Roman Polanski. Al menos con el paso del tiempo, ahora se ve como una de las pocas películas interesantes dentro de la cartelera y quizá con el tiempo se piense en ella como una película con cierta gracia pero que no era nada más. Pese a ser de lo más interesante en la cartelera, es una obra que se va a ver perjudicada en taquilla por coincidir el estreno con el de la nueva película de la saga Crepúsculo. A mí me ha gustado mucho, a ratos me parece una obra brillante y que nada tiene que envidiar a otras películas del director. Polanski ya dirigió una adaptación al cine del teatro, La muerte y la doncella, una película que me gusta también bastante pero que tengo más lejana, aunque quizá aquella fuera más suya por tema de atmósfera, muy habitual de su cine. Y fue uno de los dos actores que formaban parte de Una pura formalidad (junto a Gérard Depardieu), una interesante película dirigida por Tornatore.

Me ha parecido una película muy cínica, que va desgranando a la perfección a los personajes. Porque finalmente los padres son los que se acaban convirtiendo en los críos. Y sí los padres son así, a nadie les extraña que sus hijos vayan por ahí pegándose con palos o siendo unos chivatos. Polanski cuenta con cuatro personajes estereotipados: el abogado que no para de hablar con el móvil (Christoph Waltz), la mujer aburrida harta de que su marido hable con el móvil (Kate Winslet), la mujer con conciencia social que quiere algo más que una simple disculpa obligada por parte del otro niño (Jodie Foster) y el hombre aparentemente afable y sencillo con un trabajo humilde (John C. Reilly). Ya en un principio, aún cuando todavía se tratan con cortesía (por decirlo de alguna manera), prima el mal rollo en el ambiente –como lo del hámster o lo de si el niño está desfigurado o no- y Polanski sabe llevar el crescendo de ese mal rollo en el ambiente de manera notable, porque empieza como un enfrentamiento entre los padres de unos con los de los otros y termina con un todos contra todos, sin hacer diferenciación y sin que acaben importando sus hijos, que son por lo que se han reunido.

A medida que avanza la trama la película ya no trata de una mera discusión por una pelea sino de una disputa por ver quien es la persona moralmente superior de esa habitación, por intentar humillar a los otros a la mínima oportunidad. A la situación tensa que ya se vive por este enfrentamiento poco ayuda el constante sonido del móvil, y una vomitona bien ocasionada por un sabroso pastel o por una coca-cola caliente, y para terminar tampoco es que sea de gran ayuda el alcohol. El caso es que, como he dicho, uno de los personajes vomita en el sentido exacto de la expresión pero esto sirve como metáfora a lo que nos cuenta, porque realmente son todos los personajes los que van vomitando palabras sin pensar demasiado en las consecuencias y por el mero hecho de atacar al otro. Así pues, al final la madre del agresor se acaba de poniendo de lado de su hijo no porque realmente lo piense sino por defender su propio orgullo en la habitación y por intentar atacar por ahí a la pareja. Y llega un punto en que al marido del agredido todo se la acaba resbalando y acaba optando por tomar la medida más cómoda: ser él mismo e intentárselo tomar con filosofía. Por no hablar que la otra madre, esa que ha exigido una disculpa y que pide que la gente no se comporte como unos animales y sean civilizados, termina por pegar a su marido y tirar un bolso al techo.

Pullas numerosas hacia los hombres y las mujeres, hacia esa conciencia social que se tiene por aquí al tercer mundo –se ponen a hablar incluso que por aquellos países a una arma la llamen bazooka en vez de lanzagranadas o todo lo relacionado sobre el libro del personaje de Jodie sobre Darfur- terminan por rematar un guión genuino. Una gran película sobre la hipocresía. La dirección de la película, libre de excesos, es sencilla y pasa inadvertida. Quizá destaca por la puesta escena y su montaje acelerado, aunque Polanski sí que se aprovecha tanto de la primera escena como de la última rodadas fuera de la casa, en exteriores, para ofrecernos todo lo relacionado con los chicos desde la lejanía, como un detalle que se suponía clave en la obra pero que realmente es lo que menos importa. En esas dos escenas no pasa desapercibida la cámara de Roman. Igual que no pasa desapercibida la afilada lengua de los cuatro personajes. Ni mucho menos me parece una obra menor dentro de su filmografía. Y cuenta con un cameo que nos remite a alguna obra anterior del director.

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